sábado, 3 de marzo de 2012

Árboles y farolas

Me dice que siempre llega tarde, pero conmigo llegó justo a tiempo. Ya habían sido demasiados abriles, deseaba hacerme dueña de su piel a mordiscos bajo la luna. Que si me quedo aquí a tender mi pena al sol, espero que me acompañe, aunque sea a besos. En cuanto acabó de zurcir las heridas de las noches mal dormidas, llegué yo para contarle que las noches nunca han tenido tanto sentido, nunca me habían quitado el aliento con simples palabras. Se acabó el que la quemara el sol, ahora era dueña del silencio, de las noches, pero se asustó. ¡Cómo te retumba el pecho! Tranqui, solo es mi maltrecho corazón, que se encabrita cuando oye tu voz en las yemas de tus dedos jugando con mis lunares.
Y es que ahora, he perdido el sentido del tiempo, que cuando empieza a clarear aún no me he dormido. Se podría decir que éramos parte del mismo colchón, que las sábanas envolvieron nuestros sueños, y que cuando amaneció, la vi irse sonriendo, con lo puesto, por la puerta del balcón, el pelo al viento diciéndome adiós. Y al anochecer, volvería a empezar de nuevo, siempre, siempre puntual.

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