martes, 22 de marzo de 2011

Pasillos demasiado cortos.

Tengo que admitir que me llamó la atención la puerta, me recordaba a mi infancia. Instintivamente giré el pomo y empujé hasta abrirla lo suficiente para pasar. Las paredes eran azules. En verano recuerdo fingir nadar en el mar azul de las paredes, era el capitán del barquito que navegaba por ahí, tenía toda una tripulación al mando del oficial osito.
Más tarde todo se fue por el desagüe y las paredes pasaron a ser blancas, fotos de rostros y sonrisas iban llenando cada hueco. Acompañando a las fotos, pósters, de todos los tamaños y colores, con alguna que otra entrada a algún que otro concierto. Saludé a viejos amigos, compartiendo el momento. Todo tan oscuro hasta que abrí las cortinas, pinté las paredes de rosa y decidí amar. En ese pasillo están mis primeros besos, mi primer amor, plastificado y pegado en la pared. El rosa pasó a beige y las fotos a cuadros de pintores franceses. Llegaron los primeros diplomas, certificados, fotos de familia. Llegaron estanterías llenas de libros llenas de polvo, fotos de bodas familiares, antigüedades, relojes que marcan segundos, los segundos que quedan.
Y llegué a la otra puerta, era más pequeña que la anterior, quizás era cosa de la edad. No me costó abrirla esta vez, tampoco tuve tiempo de cerrarla.

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